Erri de Luca: albañil, activista, escritor y traductor del Antiguo Testamento Berna González Harbour

El periodismo es ese ojo de la cerradura que nos permite observar otras vidas, doblegar la timidez y preguntar sin tapujos por lo más íntimo, lo que nos ayude a desnudar al elegido para aprender algún secreto valioso que desconocíamos, alguna fórmu­la luminosa, y eso es lo que hace Erri de Luca, gran escritor, insurgente y abanderado de la resistencia cívica, al abrirnos su casa, edificada con sus propias manos, en un lugar al norte de Roma. Esto no es una entrevista en un hotel, en un café, ni menos aún en la frialdad tecnológica de Zoom que impera hoy en muchas citas. Es un viaje a su chimenea, donde los leños se agotan rápido uno tras otro atizados por sus largas tenazas. Donde figuras de cabras de todo tipo y condición adornan la repisa en honor a su animal favorito que –asegura– ha hecho posible la civilización mediterránea. Conversamos aquí de cabras y revoluciones al calor del fuego, la taza de café entre las manos, vigilados desde la pared por una Moby Dick en madera, algún Pinocho y todas las etiquetas de los vinos que se han disfrutado en este espacio. En esta casa. En este lugar del campo entre Roma y el lago de Bracciano que le acerca simultáneamente al mar y a la montaña, a los que vive conectado como a su particular respirador.

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El periodismo es ese ojo de la cerradura que nos permite observar otras vidas, doblegar la timidez y preguntar sin tapujos por lo más íntimo, lo que nos ayude a desnudar al elegido para aprender algún secreto valioso que desconocíamos, alguna fórmu­la luminosa, y eso es lo que hace Erri de Luca, gran escritor, insurgente y abanderado de la resistencia cívica, al abrirnos su casa, edificada con sus propias manos, en un lugar al norte de Roma. Esto no es una entrevista en un hotel, en un café, ni menos aún en la frialdad tecnológica de Zoom que impera hoy en muchas citas. Es un viaje a su chimenea, donde los leños se agotan rápido uno tras otro atizados por sus largas tenazas. Donde figuras de cabras de todo tipo y condición adornan la repisa en honor a su animal favorito que –asegura– ha hecho posible la civilización mediterránea. Conversamos aquí de cabras y revoluciones al calor del fuego, la taza de café entre las manos, vigilados desde la pared por una Moby Dick en madera, algún Pinocho y todas las etiquetas de los vinos que se han disfrutado en este espacio. En esta casa. En este lugar del campo entre Roma y el lago de Bracciano que le acerca simultáneamente al mar y a la montaña, a los que vive conectado como a su particular respirador.Seguir leyendo.Read MoreÚltimas noticias | EL PAÍS

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